31 de octubre de 2024

Historias que entretienen

José Markanox

Esa mañana de aquel viernes, víspera de Carnaval, mi hermano y yo corrimos rápidamente a escondernos en el cuarto. El sonido del latón de una “pana” vacía de aceite, que hacía las veces de instrumento de percusión, nos alertó con su característico “tacatán tán, tacatán tán” que el Diablo Luís se acercaba. Apenas entreabrimos la puerta para mirar aterrorizados la imponente figura del representante del mal, en las tradicionales carnestolendas de esta ciudad oriental. Gracias a Dios que la abuela lo atendió con un guarapo de papelón con limón y Luís Hurtado se alejó danzando por esas calles del pueblo, avisando a la gente que ya el carnaval era suyo como siempre había sido desde la antigüedad del mundo.

Y es que, para nadie es un secreto que antiguos cultos paganos en honor a diversas divinidades desembocaron en el Carnaval que hoy todos conocemos, pero es justicia destacar la presencia de Sabacio, Dionisio o Baco, como lo quieran llamar, quien preside el desenfreno orgiástico, el consumo de bebidas, la música y la danza que exalta el espíritu de los hombres y mujeres en tiempos de fiestas de la bacanal.

La iglesia católica intento suprimir estas antiguas expresiones colectivas, sin mucho éxito, por considerarlas nocivas para el alma y su salvación. Por ello maximizó la figura del diablo como representación del mal en la realización de tales ritos, alcanzando posteriormente su mayor difusión en la obra maestra de Dante con su representación del infierno.

Estas costumbres llegaron a América, aunque la iglesia trató de igual manera de impedirlo, con la evangelización en el llamado nuevo mundo, fue inevitable que se produjera ese sincretismo cultural por todos conocido.

En Venezuela particularmente, en tiempos de la colonia se jugaba el carnaval en batallas campales con granos de anís o arroz, para luego pasar a la conmemoración de la semana santa. Es conocido las fiestas del Corpus Cristi donde se dejaban ver las tarascas, muñecones o cabezones y los diablitos; era la representación de la lucha entre el bien y el mal, donde siempre salía vencedor el bien, fortaleciéndose de esta manera la humanidad del hombre en su relación con Dios.

Hoy sobreviven los diablos a través de las cofradías, los cuales incluso forman parte del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Pero no solo los diablos hacen presencia en el Corpus Cristi, también podemos verlos llegar al Carnaval del Callao o en Carúpano. Aunque estos diablos no tienen cofradías, ellos forman parte del imaginario de las fiestas carnestolendas en estos pueblos.

Los diablos del carnaval de Carúpano, surgieron de la obra creadora de Luís Hurtado, “El Diablo de Cumaná”, quien desde sus inicios se incorporó al ambiente festivo, para atemorizar a muchos con su particular danza representativa del ciclo de la vida y la muerte, la cual tenía como sujeto de sacrifico al indio. Quizás en el fondo de este drama popular callejero subyacía la idea de las condiciones de desigualdad social a las que fueron sometidos nuestros pueblos originarios.

El diablo de Cumaná dejó como legado una pléyade de diablitos que hoy en día forman parte de un carnaval que, con sus particulares propias, avanza en el tiempo en la búsqueda de su propia redención identitaria.

¡Allá viene el diablo, dale con la cruz!

Foto tomada de la publicación Rafael Salvatore: Al encuentro de Luis del Valle, El Diablo de Cumaná de analitica.com

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