19 de abril de 2024

Historias que entretienen

José Marcaox

Eran tiempos de juego de trompos, de la riña perenne porque alguien se robó
unas “pichas”, del corretear por caminos y veredas que conducían a la cúspide de
un cerro, donde aún quedaban vestigios de lo que fuera una estación del cable
aéreo que traía azufre del cercano pueblo de El Pilar. Es que eran tiempos que se
pierden en la infinidad de recuerdos de nuestra bellaquería de infancia, de la tertulia
nocturna en cualquier poste de alguna calle animada.

Pero en este instante de mi presente, mientras dejo correr mis dedos sobre
un teclado con un obsesivo uso desmedido, me detengo y pienso, donde me llevará
el recuerdo ahora. Mi mente se agudiza en un esfuerzo por descubrir propósito
alguno y mis ojos, en un destello de pícara complicidad deja ver mis deseos de
contar sobre lo telúrico, de lo que nos aterra, de aquellas viejas historias de las que
todos alguna vez fuimos testigos.

Sería yo, casi un adolescente, aquel que todavía le faltaba mucho para
ponerse un pantalón largo como decía mi padre. Vivíamos en una calle de nombre
Curacho o pudo ser la calle de sus propias vivencias, lo cierto era que las últimas
cuadras que completaban aquella la calle, tenía su residencia un hombre de estirpe
militar, de contextura atlética, de cara achatada y grandes bigotes, descripción que
movieron a muchos vecinos a bautizarlo como Pancho Villa, en alusión al
reconocido personaje mexicano. No a pocos atemorizaba este hombre que
acostumbraba a pasearse por nuestra calle, en las noches sin luna, inspirando
respeto como ninguno y poseedor de un mal carácter hizo que los vecinos no
tuvieran buen agrado para tratarlo.

Cuentan los lugareños, más cercanos a su residencia, que una madrugada
se escucharon unas detonaciones en la casa de Pancho Villa. Con la algarabía, se
acercaron algunos curiosos a ver qué sucedía y vieron la dantesca escena de un
joven muerto a manos del fornido personaje por el solo hecho de “robar una gallina”.
Nadie pudo comprender jamás la forma tan despiadada de hacer justicia y este
acontecimiento aumentó aún más la animadversión de la gente hacia el militar.
Lo que no saben ustedes es que los familiares del joven fallecido no se
conformaron con lo sucedido y contactaron a un hechicero de Guiria la Costa para
que le “montara un trabajo” a Pancho Villa y pagara por el crimen cometido. Es así
que, según fuente oral de la comunidad, colocaron bajo la lengua del muerto un
papel con el nombre del militar en cuestión.

Pasado un “tiempito” me encontraba yo cargando agua de una pila cercana a
mi casa, cuando escuché a una señora decir a viva voz: “murió Pancho Villa, más
malo que él, ninguno”. Fue tal el impacto de la noticia que corrí presuroso a ver al
difunto cuerpo presente. Llegué a la casa repleta ya de mucha gente, en su mayoría
gente curiosa, porque Pancho Villa tenía pocos amigos.

Lo cierto del caso, es que viví mi primera experiencia con el mundo
sobrenatural cuando me acerqué al ataúd. Mis ojos casi se salen de sus órbitas al
ver la cara del hombre pues de su grisácea nariz salían infinidad de hormigas que
le cubrieron el rostro en un santiamén. Demás está decirles que salieron de
inmediato a darle cristiana sepultura.

La vida de la comunidad siguió su rumbo, pero en cambio el resto de la
familia de Pancho Villa comenzó a morirse casi trimestralmente y el último de ellos
tuvo que salir, intempestivamente del lugar, para evitar correr la misma suerte.
Al cabo de un año, cuando ya se había olvidado la tragedia, una de esas
tantas noches comenzó el rumor de la presencia del fantasma de Pancho Villa en
aquella calle rectilínea. Muchos vecinos vivían aterrorizados, poca gente se atrevía
pasar por aquel lugar a oscuras y a altas horas de la noche, pues el alma en pena
de Pancho Villa los esperaba para asustarlos, sobre todo a quienes regresaban de
las fiestas que se daban cotidianamente en el Carúpano de ayer.

Uno de esos famosos parranderos conocido como “Chico tambor”, debido a
su autoría en el robo de unos tambores en el antiguo Hospital San Antonio, pasó
una noche por la recta de Pancho Villa y el fantasma lo corrió en un largo trecho;
afortunadamente “Chico Tambor” pudo salir airoso de este macabro encuentro. A la
mañana siguiente sus amigos dieron fe de que el hombre había amanecido todo
golpeado y con fiebre de alta temperatura. Cuando le preguntaron cómo había logró
zafarse del espíritu malévolo este contestó en tono burlesco “es que le corrí
culebrea ´o”.

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