CARÚPANO: Pueblo cimentado en cuatro lagunas

Historias que entretienen
José Markanox
No pocos recordarán aquel Vals que dice “Carúpano es un pueblo, oculto entre follajes, un sueño de poetas…” Pues bien, ese Carúpano que conocemos hoy, de cuaresmas con un sol ardiente, pero sin el tambor barloventeño, de un pueblo custodiado por montañas que lo hacen valle, de un lar que cuando llueve a cántaros también “escurre rapidito”, como diría mi hermano Julio Marcano.
Porque la verdad sea dicha, en tiempos de otrora, cuando a este pueblo se “metía” el período de lluvias era para asustarse. Y no era para menos, el Río Candoroso conocido “cariñosamente” como el Río Guatero, hacía sus estragos; su creciente arrastraba todo a su paso, algunos lugareños e historiadores afirman que sus aguas fueron navegables.
Estas referencias no impidieron que la gente construyera sus humildes casas en su ribera, provocando accidentes ocasionales porqué, cuando venía “la cabezá del río” se inundaba todo y muchas veces derribaba esta suerte de palafitos.
A oídos de mi padre llegaron, no pocas veces, lastimosas expresiones sobre estos sucesos: -“¡Ay Señor Renato! el río se metió en la casa de Gumersinda, pobrecita”. Renato asentaba con cara seria y sus labios apretados mostrando signos de contrariedad, respondía: – “¿Pobrecita? No sería que Gumersinda se metió con la casa en el río”.
Estas anécdotas, forman parte de la vida de muchos pueblos y ciudades que vieron perder su equilibrio natural entre tiempos de sequía y de lluvia, parece ser que el hombre siempre será el principal enemigo de su propia especie. Pero bueno, esta conversación va encaminada precisamente a las lagunas que se formaron hace un “tiempito” por estos predios y que muchos no conocen.
En la antigüedad, los poetas representaban a los ríos como viejos respetables, de larga cabellera y barba con sus sienes ceñidas de juncos. En cambio, a las lagunas se les veía como espacios acuáticos llenas de enigmas, donde habitaban las ninfas y casi siempre eran custodiadas por animales sobrenaturales.
Carúpano, aquel pueblo que fue expandiéndose desde La Sabaneta, El Malecón del Puerto y las casas de la gente pudiente, en su mayoría margariteños convertidos en comerciantes en esta tierra firme, un incipiente poblado que aún no tenía la presencia de migrantes, era bordeado por cuatro lagunas. Dichos espacios acuáticos fueron ubicados, según investigaciones locales, en El Mangle, aledaño al cauce del río Rivilla, otro, en las inmediaciones del actual Parque Miranda, uno se encontraba en Boca del Río, donde se anidaba el río Macarapana y un último, el que se formaba cerca del puerto, que anegaba todo El Bajo y llegaba hasta el hoy, Parque Suniaga.
Estas lagunas y otras de menor tamaño, se formaron de acuerdo a la característica de valle que posee Carúpano, con sus montañas guardianas, con una corteza terrestre con evidentes depresiones en su terreno, formándose cuencas por donde corrieron alguna vez los ríos Rivillla, El Candoroso y El Macarapana, haciendo que los cuatro costados de la ciudad portuaria estuviesen cimentados por dichas lagunas.
Ya hace tiempo que las cuencas se secaron, que de los pocos manantiales que quedaron, solo lánguidos hilo de agua surten, con suerte a comunidades, como es el caso del pueblo de Macarapana, donde muchos vamos hoy a buscar el agua dulce ya que en el resto de la ciudad solo es posible contar agua salubre extraída de pozos perforados, de los que algunos se vanaglorian creyéndola la madre de las genialidades.
Me atrevo a soñar, que quizás, si se hubiesen entretejidos mitos y leyendas que dieran un halo de misterio estas imponentes lagunas, aun hoy gozaríamos de reservorios de agua dulce.
Y es que no puedo olvidar el ejemplo de Guillermina Ramírez con su Laguna de Campoma, en Cariaco, o de Columba Salazar, allá en la Sabana de Ipure, quienes desde la “filosofía de la sencillez” dieron una lección de amor
e identidad fortaleciendo el mito de la Culebra de la Laguna, aquel animal fantástico que al moverse hacía que temblara la tierra, que en el fondo solo tendría intención protectora, de mantener al resguardo uno de los más preciados tesoros que tiene la humanidad: el agua.
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