29 de marzo de 2024

Historias que entretienen

José Markanok

Al cruzar el umbral del templo, dejé atrás el ruido de los vehículos y de la misma gente en su cotidiano andar, quienes intentan opacar sus angustias caminando sin rumbo, en una ciudad reflejo de una crisis inédita que amenaza con devorarnos a todos. 

Me acerco al altar del Santísimo Sacramento, con toda la vehemencia que me impongo para expresar mi fe, por el amor y la esperanza de una familia reconciliada consigo misma. Terminado mi encuentro, regojo mis pasos e intento retirarme con suma discreción, pero mis ojos vuelven a toparse una vez más con ese órgano gigantesco, colocado no sé cómo en la parte alta de la nave principal de la iglesia Santa Catalina. Y es que un impulso misteriosamente, mueve a mi espíritu investigador, a conocerlo para compartir con Ustedes su historia y su linaje.

Al cabo de un corto tiempo, regreso al lugar en la compañía de un amigo de siempre, Manuel Milano, quien me facilita el encuentro con este portento de instrumento sonoro al que denomina “Armonio”, del cual me cuenta entusiasmado algunas anécdotas e historias. En medio de la amena conversa, fijé mi atención en una inscripción que tenía en la tapa del órgano, que decía: “Kurt Schmelzer Caracas” y de inmediato guardé el dato celosamente, en mi cuaderno de notas, por la importancia que revestía para la pesquisa. 

Según información de mi afable amigo, la iglesia Santa Catalina inicialmente estuvo ubicada en el cerro El Calvario, en realidad era una capilla que estaba bajo la administración del Pbro. Antonio Arenas. Con el pasar de los años, se edifica la iglesia en el sitio donde se encuentra actualmente. En la etapa de construcción participó activamente un sacerdote de origen alemán, llamado  Brekeman, quien levantó la estructura e inclusive trabajó como un obrero más. 

Luego Brekeman sería enviado como cura párroco a Cariaco y continuaría la obra el Pbro. Luis Figuera Marcano, quien la inauguraría definitivamente en el año 1920. La iglesia Santa Catalina fue llenando sus distintos espacios con imágenes y objetos de uso religioso, en donde se destaca el curioso instrumento musical motivo de nuestra historia. 

Este instrumento musical se conoció como Armonio de Pedal, el cual era ejecutado presionando con sus pies, dos pedales unidos a un mecanismo que operaba como un fuelle, que enviaba aire a las cañas o válvulas. En opinión de muchos investigadores, se cree que Los Armonios tienen su carta natal en la Alemania de principios de siglo XIX, acreditándosele al luthier Alexander Debain, quien logró presentarlo en París en el año 1842.

¿Pero, cómo llegó este armonio a Carúpano? Bueno, con el dato que nos suministró el propio instrumento, se inició un proceso de investigación que dio como resultado que un alemán de nombre Kurt Schmelzer, según la revista The Organ: An Encyclopedia (2006) construyó dos Armonios en Caracas en 1938. 

No cabe dudas que uno de estos dos Armonios, se encuentra en la iglesia Santa Catalina de Siena de Carúpano, pues fue construido en 1938 por Kurt Schmelzer y que, 18 años más tarde de inaugurado el templo, fue traído a la ciudad bajo la gestión eclesiástica del Pbro. Antonio Arenas, quien moriría tres años más tarde.

La condición actual en la que se encuentra este órgano de tubos, es deplorable y requiere de un proceso de restauración especializado, para devolverle su estado original, cancelando de esta manera la deuda que se tiene con este bien cultural local. 

Es bien cierto, que estos instrumentos musicales dejaron de ejecutarse, en gran medida, por la falta de mantenimiento y de la influencia del clima en su preservación, pero la historia oral, nos cuenta de los maravillosos momentos de disfrute de la feligresía, al escuchar el mágico sonido del Armonio en manos de la poetisa Graciela Lares de López, quien fungiera como maestra de capilla en este histórico templo.

Es pues, la iglesia Santa Catalina de Siena de Carúpano no solo el lugar para el encuentro espiritual con la Divina Providencia, sino que además guarda celosamente en su interior, objetos de gran valor patrimonial que esperan ser redescubiertos, poniéndolos al alcance y disfrute de la comunidad carupanera y de sus visitantes peregrinos.

Y yo, emocionado con el interesante relato que puse a su alcance, me dispongo nuevamente a volver a la calle, a ver y escuchar a la gente, quienes reflejan historias que merecen ser contadas, para que muchos puedan mirar al pasado y entender mejor su presente.

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