29 de marzo de 2024

Carúpano/Poema || Quiero contarles que yo tuve una rosa. No una de esas florecitas silvestres que adornan los caminos de nuestros verdes campos, tanto en verano como en invierno.

Mi rosa nació en un jardín que mi padre y mi madre sembraron en el patio de la casa. Mi rosa y yo teníamos la misma savia, los mismos genes y la misma piel. Crecieron otras flores ahí de nombres masculinos y femeninos, pero con la misma sangre y el mismo apellido.

Mi rosa era una flor que nunca quiso cortarla el jardinero. Ella permaneció ahí por tres cuartos de siglo. Sus pétalos, rojos; su tallo delgado y frágil; sus hojas muy delicadas; por eso en vez de Rosa, le gustaba que le dijeran, «Rosita».

Sus semillas no germinaron, pero tenía la divina gracia que a su alrededor crecían plantas de similar naturaleza. Ella las hacía suyas: se esmeraba en cuidarlas, las alimentaba, regaba y terminaban siendo sus hijas adoptivas.

Por eso nunca estaba sola y triste. Disfrutaba preparando un plato típico y ofrecía aguinaldos al niño Jesús en diciembre. Mi rosa y yo cantábamos y bailábamos un eternecedor bolero que narra la historia de un padre preso que caía en desespero cuando su hija no le escribía.

Mi rosa y yo a veces nos liábamos, pero no por eso dejábamos de querernos.

Un día, sin aviso previo, mi rosa fue perdiendo color, sus hojas se doblaron y sus pétalos, pistilos y estambres daban cuenta de un abrupto envejecimiento. Le dimos luz y la regamos con agua fresca. El viento no la oxigenaba.

Hoy, después de vencer dudas, fui a verla. No me animaba la idea de presenciar la marchitez de una rosa que había cumplido su ciclo como todas las flores hermosas que regalan color, aromas, brillo y ternura.

Entonces me resigné a entender que ya mi rosa respiraba sus últimos alientos de triste despedida.

Por eso fui a ver a mi rosa. La abracé y besé en la frente y su delgado tallo se deshizo entre mis brazos. Sus resecos pétalos rociaban vahos anímicos del viejo perfume. Me marché entre lágrimas y bendiciones. Poco tiempo pasó cuando supe que habías claudicado en la yerba fresca de una tarde en lloviznas.

No creo que otra flor pueda ocupar su lugar por muy apuesta que sea su figura.

Pasarán los días, pasarán los años y su frágil cuerpo de deshará en fértil abono donde seguro crecerán muchas, pero muchas flores más que me traerán su recuerdo cuando los botones se abran con las primeras lluvias del año.

Adiós, Rosita mía, feliz viaje. Nos volveremos a encontrar nuevamente para cantar y bailar el lindo bolero que cantaba Sadel.

Mientras tanto, por favor, escríbeme, escríbeme, escríbeme!!

Carúpano, entre 22 y 23 de junio de 2022.

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