16 de abril de 2024

Historias que entretienen

José Markanox

Las cosas no iban bien en esos tiempos, eran días de angustia porque  los mantuanos le habían plantado a la monarquía española su ansiada independencia. Bueno, ahora tenían la respuesta de la España imperial porque a su manera de ver las cosas, sus hijos habitantes de ultramar estaban descarriados y se hacía necesario meterlos en cintura.

En esto pensaba el indio Catalino Navarro mientras sus pies se mojaban con las continuas olas de la playa de Tío Pedro en su afán de sacar algunos chipichipis para mitigar el hambre huésped en las barrigas de su joven esposa Carmen Luisa y su pequeña hija Teresa Catalina. Es que ya la guerra tocaba las puertas de las casas  amenazando con devorar todo a su paso.

Corría el año de 1814,  Carúpano era lugar de escondite de muchas familias, que huyendo de los españoles, deambulaban por las calles en busca de misericordia. Muchos agradecían a la Divina Providencia que, en días recientes una lanza había atravesado el pecho de José Tomás Boves, “más malo que el ninguno”. Pero nada más alejado de la realidad, porque si el asturiano era catalogado como un monstruo, surgido de las profundidades del Hades, su camarilla de luchas: Tomás Morales, no daba cuartel a nadie.

Con estas funestas noticias llegó Catalino a su casa para acercarse con cautela al fogón de su humilde rancho y decirle a su mujer:- “Carmen, dicen que el General Bolívar viene a Carúpano con lo que queda del ejército republicano y nosotros aquí sin poder hacer nada”. La mujer volvió su rostro angustiado y apresurando el moldeo de la arepa que tenía en sus manos la colocó con gran habilidad sobre el budare y exclamó: “ay mijo esto se va a poner peor porque no solo esa gente que vino de Caracas anda por las calles media desnudas y hambrientas, ahora llega Bolívar y aquí no hay comida ni pa nosotros”. La conversación entre esposos se cortó de inmediato cuando entró de imprevisto su pequeña niña pidiendo su café con leche.

Pasaron los días, las cosas en el pueblo continuaban iguales, mucha gente desesperada, sin comida y con sus pocas pertenencias recorrían las calles en búsqueda de algún aliento de esperanza, para quedarse o para seguir rumbo a inciertos allende de los mares.

Sucedió que como mandato Divino aparecieron en el puerto unos navíos que traían mercancía para la venta. Era el noble comerciante Don Ramon Maneiro quien se había hecho a la mar meses atrás en búsqueda de bastimento y otros productos. Al parecer Don Ramon, quien sería el promotor de la instauración de la Logia Masónica en Carúpano en días próximos,  no pudo ver tanta miseria y no le quedó más remedio que descargar gran parte de los víveres y telas para repartirla entre lo que quedaba del ejército republicano quienes de inmediato se marcharon dejando al pueblo a disposición de los realistas.Estas informaciones llegan al oído del sanguinario  Tomas Morales por lo que la legión  infernal se dirigió a Carúpano como destino final.

Mientras Morales se desplazaba hasta este pueblo portuario, Catalino Navarro intentaba convencer a su esposa para que intercediera ante Don Ramón Maneiro para su incorporación a la logia. Pues bien, estos planes se vieron frustrados con la intempestiva llegada de Francisco Tomas Morales quien de inmediato ordenó el fusilamiento de dos connotados patriotas de la localidad.

Esa tarde pudo Catalino ser testigo de tan cruel sacrificio. El humilde pescador se acercó impresionado por tan dantesco espectáculo siendo recibido por un lancero a caballo quien parecía que su cuerpo estaba unido al corcel develando  la imagen de un centauro. El llanero con lanza en mano le increpó: _¿Qué quieres pendejo pescador? ¿Nunca has visto morir a un hombre? 

Catalino sintió que  la ira se apoderaba de su cuerpo pero de inmediato pensó en su familia y siguió su camino. Al llegar a su casa cerró la puerta y gritó: – ¡Carmen mujer, dónde estás!  Ella salió del cuarto en donde se encontraba escondida con su hija y le respondió toda nerviosa: – Ay Catalino yo estoy muy angustiada por lo que está pasando. Cuando mataron a los señores creí que también harían lo mismo con Don Ramón. Ellos se van a reunir esta noche en la casa de la logia para hablar sobre lo sucedido. Pero imagínate que eso está prácticamente al lado de la casa donde se acuarteló Morales. ¡Aquí va a pasar algo malo mijo!

Catalino trató de calmar a su mujer, prometiéndole que en la noche estaría con ellos en la casa de la Logia y hablaría con Don Ramón para que fuese más cauteloso con sus intenciones porque el infierno había llegado a Carúpano. Lo que no sabía  era que Morales era muy astuto y estaba al tanto de la reunión por lo que envió a un esbirro quien logró colarse presentándose como un hermano masón desertor de las filas de españolas. El indio Catalino Navarro era un hombre desconfiado por naturaleza y desde que el supuesto desertor entró al recinto supo que algo  tramaba por lo que llamó a parte a Maneiro para hacerle saber de sus sospechas pero el noble comerciante no las tomó en cuenta. 

Serían como las 8 de la mañana, de ese 25 de enero, cuando fueron sacados a rastras de sus residencias los masones, la traición había sido consumada; solo Catalino y dos más lograron escaparse al esconderse en un aljibe de una casa deshabitada cerca de la playa. 

Los diez prisioneros fueron llevados al lugar de La Sabaneta y allí bajo un lúgubre sonido de una diana los obligaron a arrodillarse e inclinar sus cabezas para ser decapitadas al filo de sables y paseadas en infernal caravana para luego dejar los cadáveres insepultos  como  mensaje aterrador a todo aquel que se atreviera a desafiar al poderío español.Mientras todo esto ocurría, Catalino Navarro junto con dos compañeros de infortunio permanecían casi ahogados en un estanque desde donde se escuchó un grito de venganza: ¡Maldito Morales te haré bajar a los infiernos!    Morales continuaba su camino a Paria a seguir con la misión de acabar con todo aquello que significaba república.

 Al cabo de varios días de llevado a cabo aquel dantesco espectáculo en La Sabaneta, regresó Morales a Carúpano, no sin antes haber saciado de sangre, su depravado espíritu, en sus correrías por Paria  para demostrar con creces como la guerra era capaz de convertir a los hombres en bestias.

Se instaló nuevamente en la casa que daba a la playa del puerto, al lado del riachuelo, que parecía ser el lugar predilecto de godos y republicanos, según las circunstancias de la guerra, además hizo ocupar la casa de la logia masónica convirtiéndola en un Cuartel de su Regimiento y depositando allí los pertrechos; era una casa grande y espaciosa situada a los pies del llamado cerro de la muerte en cuya cima se encontraba una fortaleza que llevaba el mismo nombre.

Y llegó la noche, la casa masónica servía de festín bajo un ambiente improvisado con música extraída de un rústico instrumento, hecho de tapara y de apenas cuatro cuerdas, a la usanza de la guitarrilla. La soldadesca cantaba y no dejaba de beber el ron que producían estas tierras orientales, con ellos estaban el traidor de los masones, Pedro Córdoba y el Capitán Alcántara, el verdugo de La Sabaneta. Morales disfrutaba con ellos mientras se mecía  en una hamaca colgada en el pasillo de la casa solariega. Al cabo de unas horas el cansancio y la bebida hicieron estragos en los comensales quedando muchos regados dormidos por toda la casa y otros se largaron al cercano Castillo de la Muerte.

Pasados unos minutos  tres figuras se deslizaron silenciosamente por la casa, buscando a Morales. Uno de aquellos hombres preguntó cautelosamente: – ¿No veo al maldito español metido en la hamaca? El otro respondió un tanto nervioso: – ¡No te preocupes, seguro el desgraciado está en la otra habitación durmiendo, hagámoslo rápido! Y de inmediato le prendieron fuego por los cuatro costados al lugar lo que provocó, pocos minutos después, una explosión que voló todo lo que se encontraba dentro de la logia.

La explosión agarró por sorpresa a los españoles y para decepción de quienes ejecutaron tan atrevida acción, Morales no se encontraba en el sitio ya que se había retirado a dormir a la otra casa, no así el traidor de Pedro Córdoba y el Capitán Alcántara, quienes murieron en compañía de un gran número de soldados perdiéndose también el parque de armas.

Desde ese momento  Francisco Tomás Morales, el sanguinario canario, el responsable de muchas muertes, en especial de los mártires de La Sabaneta, acrecentó su  fama como El Inmortal.

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